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Jardín

Por Elizabeth Gori


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El jardín escarlata 

amaneció cuando volviste 

pero nuestros nombres eran otros 

y no supimos distinguir el pan de la ceniza.  

 

Palparnos fue insuficiente

 para saber, 

uno al lado del otro, 

que espigar nuestros cuerpos 

nos llevaría hasta el fermentado 

fruto del olvido. 

 

En días errantes 

con sed inagotable de certeza 

exploramos bosques de sonidos 

y risas incurables 

hasta reinventar palabras 

para comprendernos. 

 

Desde entonces, 

sobrios de sueño, 

nos miramos cada día 

para despertar 

en el centro del insomnio 

y con besos inauditos 

en la punta de los dedos.

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