“Nunca me abandones” de Kazuo Ishiguro
- wuffarteinfo
- 18 ago
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Por Vera Allende Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro (Anagrama, 2005) es una de esas novelas que, bajo una superficie tranquila, alberga una conmoción. Publicada en 2005, la obra de Kazuo Ishiguro —Premio Nobel de Literatura 2017— se mueve entre la distopía, el drama íntimo y la reflexión ética. A través de la voz pausada de su narradora, Kathy H., Ishiguro nos conduce por un relato sobre amistad, amor, pérdida y una condición humana trastocada.

La historia comienza en Hailsham, un internado inglés que, en apariencia, es un lugar idílico. Los estudiantes reciben educación artística, cuidado físico y formación moral. Sin embargo, pronto comprendemos que esos niños no son como los demás. Kathy nos relata, desde su adultez, los recuerdos de su infancia y adolescencia, deteniéndose especialmente en su relación con Ruth y Tommy, sus dos amigos más cercanos. Con el paso de los capítulos, el lector descubre que la vida de estos jóvenes está marcada por un destino ineludible: no hay escape de las “donaciones” ni de la muerte prematura.
Uno de los grandes aciertos de Ishiguro es su manejo de la narración en primera persona. Kathy no revela todo de inmediato; se detiene en detalles aparentemente triviales, avanza y retrocede en el tiempo, y deja que las implicaciones más terribles se filtren lentamente. Este ritmo calculado crea una tensión constante: el horror no llega por escenas de violencia, sino por la comprensión gradual de lo que significa crecer hacia un futuro incierto.
La novela no se limita a plantear un dilema bioético. El verdadero golpe reside en la normalización de la injusticia: los protagonistas aceptan su destino con resignación. Esto incomoda profundamente al lector, pues nos obliga a preguntarnos cuántas injusticias reales hemos aceptado por costumbre o apatía. La distopía de Ishiguro no se construye con ciudades arrasadas o gobiernos totalitarios visibles, sino con un sistema sutil y aceptado socialmente.
En cuanto a los personajes, Kathy destaca por su sensibilidad y su forma de registrar las emociones ajenas. Ruth, compleja y contradictoria, encarna la ambición y el miedo, mientras que Tommy, con su carácter impulsivo y su arte torpe pero honesto, representa una vulnerabilidad conmovedora. Entre ellos se teje un triángulo afectivo que, lejos de ser un mero drama romántico, funciona como un reflejo de cómo las emociones humanas se despliegan incluso bajo un destino trágico.
El estilo de Ishiguro es contenido, casi minimalista. Su prosa evita los excesos y se apoya en repeticiones sutiles y silencios cargados de significado. Esa economía verbal no es fría: cada frase parece medida para resonar más allá de la página. Las descripciones no buscan impresionar, sino crear un clima emocional: los paisajes ingleses grises, las habitaciones cerradas, los objetos triviales que adquieren un valor simbólico.
La estructura narrativa se articula como una memoria personal, con saltos temporales que imitan la forma en que recordamos: un episodio lleva a otro, a veces sin lógica aparente, pero con una coherencia emocional profunda. Así, el lector siente que está escuchando a un ser cercano que recuerda su vida.
Nunca me abandones es, en el fondo, una meditación sobre la fragilidad de la vida y la necesidad de encontrar sentido en medio de lo inevitable. La ciencia ficción es aquí solo el marco: lo central es la pregunta sobre qué nos hace humanos. Ishiguro no ofrece respuestas, pero nos deja con un eco persistente, como una canción que no se olvida.



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